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En tránsito

En el aterrizaje la cordillera aparece
enorme y cercana, diluida por la bruma de una casi noche.
Ella siente la inquietud de siempre
cuando llega a otro lugar:
curiosidad, miedo, los sentidos en alerta
para tocar, oler, oír.

En el traslado del aeropuerto a la ciudad
los ocasionales compañeros de viaje conversan de sus cosas
de su país.
Se impone la voz de su vecina de asiento:
Mi General nos salvó del comunism.
Alguien replica desde atrás:
Su General es un asesino.
Ella intenta descubrir
las caras de los que hablaron
pero la oscuridad es total.
Al rato, el chofer dice un nombre en voz alta
detiene el pequeño ómnibus
bajan dos pasajeros.
Unas cuadras más adelante vuelve a detenerse.
Y más allá.
Y más allá.  Hasta que ella queda sola.

El chofer avanza por calles oscuras,  
por fin exclama:
Acá es.
La semipenumbra deja ver el hotel.
Un hombre amable baja las escalinatas
y toma su valija.
Hay algo extraño en esa recepción, algo difícil de definir.
Sin embargo, su reserva está.
Sube al ascensor con el hombre amable
que enseguida le dice:
Mañana el hotel cierra, señora.
Usted es la última pasajera.
Cuando el ascensor se detiene en el piso catorce,
el hombre agrega:
Nos quedamos todos sin trabajo.

Entran a la habitación, en orden las toallas, en orden el frigo.

A solas ella revisa, revisa hasta debajo de la cama.
Piensa en el avión
que tomará al amanecer
en el destino del hombre amable y de sus compañeros
en que la habitación
que ocupa
desaparecerá.
Piensa también en el General
que ya no es.

Y no duerme.